Está visto y comprobado que ser Popular y morir joven, es posible pasaporte a futuro Mito. Pero ser Popular, morir joven y además ser lindo y carismático, ya otorga un diploma de Mito inmortal seguro.
Si además, quien se convertirá en Mito inmortal seguro, murió bajo circunstancias trágicas o dudosas, nace un ícono eterno, venerado, inolvidable y atesorado en la magia de la leyenda y el misterio. De eso tratará este blog. De aquellos famosos que se fueron antes de lo previsto.Jóvenes, descaradamente jóvenes, talentosos e idealizados.( Las biografias en su mayoría, son tomadas de Wikipedia)
...Este blog se creó el 23 de marzo del 2008...

Morir Joven : Mito Inmortal

lunes, 24 de marzo de 2008

Che Guevara.Muerte,Mito y Misterio

DOCUMENTOS INEDITOS DEL ESTADO SOBRE UN MITO DEL SIGLO XX
Los secretos del Che que aún guarda la Argentina






Por primera vez se revela su prontuario policial, que contiene un doble par de huellas digitales, así como el nombre de uno de sus más secretos perseguidores. También, se dan a conocer informes diplomáticos que aclaran los misterios que rodearon su identificación, ya muerto.







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María Seoane
mseoane@clarin.com






Los caminos del Che son infinitos", dijo una vez Julio Cortázar: intuía que la saga de uno de los mayores mitos del siglo XX sería contada una y otra vez hasta en los detalles más secretos. A treinta y siete años de su muerte, aún existen registros inéditos del Estado argentino sobre la historia de quien nació en Rosario, un 14 de junio de 1924, como Ernesto Guevara Lynch de la Serna, y se hizo cubano y fue el Che luego de participar en la revolución que encabezó Fidel Castro contra la dictadura de Fulgencio Batista en 1959.

Los documentos y testimonios aún inéditos sobre la relación del Estado argentino con el Che, a los que Clarín accedió, muestran el vínculo tormentoso que los unió en plena Guerra Fría, cuando EE.UU. y la URSS peleaban por su influencia en América latina: Guevara fue un hombre admirado pero también un enemigo. Los registros se refieren en general al período donde el Che es considerado una amenaza para el régimen dictatorial del general Juan Carlos Onganía, entre 1966 y 1967. En ese período, el canciller era Nicanor Costa Méndez. El embajador en EE.UU., Alvaro Alsogaray, y el jefe del Ejército, su hermano Julio; el general Hugo Miatello (Batallón 601); el general Marcelo Levingston (SIDE); el jefe de la Central de Inteligencia Nacional, que tenía vinculaciones con la CIA, el entonces mayor Alberto Alfredo Valín. De esa lista de jefes máximos, sólo dos quedan con vida: Alvaro Alsogaray y Levingston, pero ninguno quiere recordar. Sin embargo, Levingston y Costa Méndez hablaron con quien esto escribe en setiembre de 1987. Admitieron lo siguiente: "Supimos cuando el Che había llegado al Sur en setiembre de 1966. Y supimos que había llegado a Bolivia el mismo día que lo hizo, en noviembre de 1966, por una comunicación del jefe de la estación de la CIA, John Tilton". Sobre los movimientos ordenados para espiar su llegada o paso a territorio argentino fue encomendada la Gendarmería, entonces bajo el mando operacional del Ejército. Así lo cuenta, entre otros, el comandante mayor (RE) Oscar Francisco Toyo, entonces jefe del Escuadrón de Gendarmería de Orán (ver "Sabíamos...").



El misterio de las huellas

El prontuario policial argentino 3.524.272 del Che, que consta de apenas 18 fojas, confirmará esas palabras. Allí se consigna que fue iniciado el 29 de octubre de 1947. Que está ahora celosamente guardado en la caja de hierro 336, y que allí queda un registro de sus datos filiatorios, así como el número de su matrícula en la Facultad de Medicina: 159.541; su ficha de empadronamiento militar 6.460.503, ocurrido en Córdoba en julio de 1946. También, su solicitud de certificado de buena conducta, el 27 de mayo de 1953, para viajar a Venezuela, Guatemala, Panamá y Colombia, que concluye con un "no registra" antecedentes. Pero el núcleo duro de las historias que cuenta el prontuario son: 1) la relativa al espionaje sobre los movimientos del Che, tal como lo señaló Costa Méndez y lo confirman los documentos diplomáticos y testimonios que acá se reproducen; 2) la historia de las huellas digitales. En setiembre de 1966 —en el momento en que la CIA informa de la llegada del Che a Sudamérica, presuntamente a Brasil—, el entonces mayor Alberto Alfredo Valín, jefe de la Central de Inteligencia, de la que dependía Coordinación Federal (la policía política), remite a la sección prontuarios de la Policía Federal el prontuario del Che con una curiosa aclaración: "Se hace constar que no existen en el prontuario fichas dactiloscópicas del nombrado ni se halla consignada su individual dactiloscópica". La situación es "muy urgente", se señala en el documento. En verdad, la urgencia de Valín se refiere a la necesidad de remitir a Bolivia las huellas digitales verdaderas del Che por un pedido de la CIA que ya había detectado su presencia en la zona. Valín no era ni fue cualquier militar. Su historia está ligada a la lucha anticomunista más fiera. Será clave, en los 70, como jefe de las unidades que persiguieron a las cúpulas guerrilleras del ERP y Montoneros. Será el jefe máximo del tenebroso Batallón de Inteligencia 601 del Ejército entre 1974 y 1977, desde donde infiltró al ERP en el ataque a Monte Chingolo. Y jefe de la inteligencia militar de la dictadura entre 1978 y 1979. Y el militar criollo en quien la CIA más confiaba —según datos del investigador Ariel Armony— para comandar a los asesores argentinos de los contras nicaragüenses a partir de 1980 en Honduras y El Salvador. Fue el hombre que persiguió tempranamente los pasos del Che desde la Argentina. Valín era cordobés. Se retiró del Ejército en enero de 1982 y murió en enero de 1995. Su legajo personal, solicitado por Clarín a Ejército, está hoy en el juzgado federal que lleva la causa "Scagliusi", vinculada a Montoneros.

Por lo tanto, cuando Valín comprobó en setiembre de 1966 la ausencia de las huellas en el prontuario del Che, habría tramitado su envio vía la inteligencia militar desde Córdoba de la llamada "ficha militar dactiloscópica" como "reproducción fotográfica" (ver facsímiles). Así, se hace constar que se agregó al prontuario esa ficha el 15 de noviembre de 1966, en el momento en que el Che entró a Bolivia, según dejó escrito en su diario. Pero en el prontuario del Che hay otro par de huellas dactilares. Esas, tomadas por la Dirección de Investigaciones de la Policía Federal, se cree corresponden a las manos cortadas del Che después de su asesinato en La Higuera por los rangers bolivianos y la CIA el 9 de octubre de 1967. En ese momento, el Ejército y la Marina tenían agregados militares en La Paz: el coronel Saúl García Tuñón, que aún vive pero no está "en condiciones de hablar", y el capitán de navío Carlos Mayer, que murió en 1999. Los médicos bolivianos del Hospital Señor de Malta, en Vallegrande, Moisés Abrahan Baptista y José Martínez Caso certificaron la muerte de Guevara por nueve balazos el mismo 9 de octubre a la tarde e hicieron un protocolo de autopsia. Pero nunca se extendió una partida de defunción. Esa certificación no alcanzó para disipar las dudas sobre si el Che estaba verdaderamente muerto. Roberto Guevara llegó a Bolivia a intentar verificar la muerte de su hermano: nunca vio el cadáver. La urgencia de hacerlo desaparecer impuso la decisión en el alto mando boliviano y la CIA —según consta en los documentos desclasificados por los Estados Unidos durante la presidencia de Lyndon B. Johnson y su secretario de Estado, Walt Rostow— de cortarle las manos para su posterior identificación. El papel de los argentinos en este proceso explica las segundas huellas digitales del prontuario que acá se revelan. Un acta secreta, fechada en La Paz el sábado 14 de octubre de 1967 a las 16 horas, da cuenta de lo siguiente: en el cuartel general de Miraflores, el comandante en jefe de las fuerzas armadas bolivianas, general Alfredo Ovando Candia, además de otros asistentes, recibió a la delegación argentina que venía a identificar las manos del Che. Esa delegación estaba compuesta por el agregado naval Mayer, el secretario de la Embajada argentina Jorge Cremona y el cónsul a cargo del Consulado en La Paz, Miguel Angel Stoppello, un correntino que había estudiado en el Colegio Militar, que fue uno de los correos diplomáticos humanos que llevó a Washington personalmente los informes sobre el movimiento de argentinos que apoyaban al Che en Tarija, en junio de 1967. Tanto Stoppello como Cremona murieron. Pero junto a ellos estaban los oficiales de la Policía Federal Esteban Relzhauser —perito scopométrico—, Nicolás Pellicari y Juan Carlos Delgado como peritos dactiloscópicos que aún viven. Ellos vieron las manos cortadas del Che en formol. Ni sus actuales jefes policiales los convencieron, aún, de salir del silencio empecinado de su retiro. Pero se sabe que a Relzhauser le tocó confirmar la autenticidad del diario del Che, cuadernos hechos en Alemania, con pie de imprenta "Harteilug A.N.". Estos policías certificaron que la escritura y las manos de ese hombre, ligado a la Argentina por la vida y en su muerte, y cuyo cadáver se haría desaparecer por 30 años, pertenecían a Ernesto Guevara, alias Che.

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